Recuerdo cuando la música era lo más importante para mi y llegar a ser una importante músico de orquesta era mi único norte.
Horas estudiando, practicando, un día entero en ensayos, clases, parciales.
Estudiando obras, escuchando otras, ensayando con la orquesta. Todo un día para la orquesta.
Ser la ultima de la fila, pero la que se escuchaba más fuerte. Representar los momentos de tensión dentro de la obra, que la gente ser sorprendiera por que una niña tocara un instrumento tan grande, tan fuerte y tan bien.
La injusticia de ser el único instrumento que le exigieran presición absoluta.
La alegría de que te dieran la partitura principal, el solo, la más difícil, la más importante.
Los conciertos gratuitos a los que podías ir, solo por ser parte de algo. ver tu nombre en la lista del teatro municipal o del parque bicentenario y poder entrar gratis a ver a un concertista importante, que nadie conocía, que a nadie le importaba, pero a ti si y estabas orgullosa de ello.
Estar nerviosa detrás del escenario, salir a tocar y ver lleno de gente, saber que a diferencia de otro instrumento si te equivocas todos se darán cuenta, que no hay otro que pueda tapar el sonido, ayudarlo.
Buscar alguna cara conocida en el publico que te ayude, relaje y apoye. A veces ver alguna y otras no.
Quizás esa haya sido la etapa más importante de mi vida, cuando ver y tocar una timbal, un tambor, un platillo, un gran casa era lo mejor que me podía pasar.
Cuando te podías desquitar en el escenario tocando con toda la rabia que tenias dentro.
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